A grandes rasgos, Tarata cuenta la historia de los 4 miembros de una familia limeña de clase media que, en pleno auge de ataque terrorista en Lima, se ven sacudidos por la explosión de un cochebomba en pleno centro de Miraflores. Bueno, esa es la premisa, porque lo que Tarata cuenta en realidad es la descomposición de la estructura familiar en los noventas, situación que se inició en la década anterior y alcanza puntos inimaginables en pleno siglo 21. La familia como institución fuerte ha desaparecido. El miedo y la angustia que originó (¿origina?) Sendero se refleja en la atosigante situación que a la cual ha llegado la familia Valdivia: un padre timorato y alejado de los problemas diarios en casa, una madre más preocupada en sus negocios que en la buena crianza de sus hijos, una niña-adolescente resentida y con toda la carga antisocial de la edad y finalmente el niño, mucho màs inteligente y avispado que los otros miembros, aunque algo traumadito y llegando a los peligrosos límites de los famosos "chikiviejos" del cine. La historia toma como excusa al atentado de Tarata, el cual sólo toma alrededor de 5 minutos en el recorrido del film. Son 5 minutos de muy buen cine, pero insuficiente. Y decimos ello porque creo que Fabrizio Aguilar no quiso tomar provecho de la angustia generada por el atentado. En realidad, aquellos espectadores que vayan a ver la película esperando ver 2 horas de explosiones y gritos desesperadosa saldrán decepcionados. Hace bien Aguilar en no llenar la pantalla de escenas efectistas, mas desaprovecha una gran oportunidad de mostrarnos todo el terror reflejado en la pequeña familia protagonista. Así, corta de manera atolondrada al día del entierro de la amiga de la protagonista. La llegada a casa de la madre para atender al niño y el posterior arrivo del padre para consolar a su hija debe ser la mejor escena de la película.
Historia de la explosión de Tarata
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Otro de los momentos desaprovechados son los de la toma de las aulas por parte de Sendero. Para alguien que ha tenido la suerte de no pasar por esos momentos, despierta un gran interés en ver como hubieran sido reflejados estos momentos de libertad de expresión para unos y de represión para otros. Tomarse el riesgo de habernos mostrado estas reuniones improvisadas hubiera ayudado a no plastificar tanto la figura del terrorista-universitario y darle algo más que el título de terruco amargado (en Paloma de Papel, anterior película de Aguilar, se destaca el buen trato para con los personajes de terroristas). Y está la fiesta, lo que pudo ser un momento terrible que demostrara la frivolidad e hipocresía limeña se convierte en una escena cliché con pelea madre-hija de por medio. Y aquí entramos a otor gran problema de la película como lo es los típicos momentos clásicos, o los clichés, como el de la hija, personaje de niñita engreída y peleada con el mundo, que llega a hastiar y a ser un personaje no inservible (al fin y al cabo es causante del acto que marca el desenlace de la película) pero sí terriblemente insoportable. El niño es un chikiviejo cuyas paranoias son entendibles, pero cansinas, ya que toda la película pasa recitando consejos francamente idiotas. Son los padres los que de alguna forma salvan la película. Fuera de lo que muchos pensamos, Gisela Valcárcel hace una actuación decente. Y entendemos porqué Aguilar la esocgió: no sólo como una clara estrategia de marketing (eventualmente, la diva peruana debutaba en pantalla grande), sino que su personaje de madre bruja y desquisiada se presta para que la "señito" llene la pantalla de todo su histrionismo. Afortunadamente, Aguilar la controla y logra controlar sus arrebatos y finalmente logra este efecto raro de hacer que nostros los expectadores odiemos y sintamos pena por un mismo personaje. Pero es Miguel Iza quien está inmenso en esta película, demostrándonos que es uno de los mejores actores nacionales en la actualidad. Y esto lo demuestra con su variedad de registro, ya que a inicios de este año nos deslumbró en la obra "El Método Gronholm" en donde hacía de un personaje antónimo, patán, arrogante empedernido y odiable empresario. En esta película, Iza se destaca por sus rasgos tristes, perfil desencantado, ritmo bajo y lento, desengañado y sumiso, olvidado y a la vez curioso, demasiado curioso, con respecto a las pintas de Sendero y todo el misterio que denotan. Iza trabaja con su voz y con su cuerpo, y nos muestra un desencantado y desencajado personaje cuyo rostro en las últimas escenas de la película reslatan el tono de toda la película y de toda una década. El subplot de Iza es motor de la película, mientras que el personaje de Gisela despega un poco a partir del atentado.
Pero nada más. Tarata es una película correcta y nos demuestra que Aguilar tiene mucho, mucho oficio. Pero que tiene potencial para desarrollar y entregarnos historias apasionantes y llenas de calidez y coraje como en Paloma de Papel. Aunque Tarata cierra este díptico del terrorismo peruano, su tratamiento frío y distante es tal vez una muetsra de o que el director trató de que los espectadores pensemos. Mientras que en el interior (Paloma de Papel) se vivió la lucha interna a todo dar, con debates de palabra y pólvora que arruinaban la paz serrana y niños corrompidos por la imposición nublda de jóvenes seudolíderes y una doctrina obsoleta y absurdamente fantasiosa, acá en Lima, la lejana y ensañzada Lima, se vivía todo esto de manera diferente, distante, vista como si fuera en otro país, en otra región, en un Wonderland a millones de kilómetros de distancia. Nada más falso y tan presente como aquella bomba que asotó a toda la ciudad. No es hasta que el ruido llega a romperte los tímpanos y las ondas rompen los cristales de tu casa que el terror se apodera de ti y termina por resquebrajar lo que uno considera vida. Porque la vida de los Valdivia ya estaba rota. A partir de lo que pasa al final, parece que vuelven a nacer. Parece que las consecuencias sirven para eso: darse un fuerte abrazo y tratar de sobrevivir. Aunque sea una lucha sin sentido y que sólo podrá llega r auna victoria pírrica, a pesar de ello, eso es lo que mantiene la esperanza de la familia y del país, tanto del que está afuera como al otro lado de la celda.
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